miércoles, 25 de mayo de 2016

Pequeña anécdota

Hoy voy a aburriros con una pequeña anécdota que me ocurrió en Brazzaville (República del Congo) hace ahora veinte años.
Digo pequeña porque la perspectiva del tiempo suaviza las cosas y las empequeñece, sobretodo si no han tenido ningún tipo de continuidad o consecuencia (positiva o negativa) en sus protagonistas, que en este caso era yo mismo.
Os pongo en situación: recién llegados con una ONG en un grupo de varios cooperantes, íbamos tres de nosotros en un pequeño coche todoterreno, para ver los alrededores de nuestro lugar de residencia, situado a las afueras de Brazzaville, la capital. Al volante un sacerdote, yo a su lado y detrás los dos amigos (Marta y Héctor) que por la configuración del coche, con techo de lona y sin ventanas laterales detrás, tenían limitada la visión al frente o hacia atrás, pero no veían nada hacia los lados salvo lo que pudieran atisbar a través de las ventanas delanteras.
Se da la circunstancia de que Brazzaville y Kinsasa (capital de la República Democrática del Congo, entonces Zaire) son las capitales de Estado más cercanas una de la otra del planeta, separadas tan solo por el río Congo, que era (y supongo que seguirá siendo) una frontera muy permeable, cosa que tiene relevancia como luego explico.
En el contexto histórico, el entonces Zaire fue durante los años previos destino de miles de refugiados que huían de los conflictos que azotaban la zona de los grandes lagos, hacia el Este, principalmente de Burundi y Ruanda. Esto provocó una desestabilización que terminó con el gobierno de ese momento por un golpe de Estado promovido por el líder rebelde Kabila apenas unos meses después, que llevó a una larga guerra civil. Seguro que la presencia de importantes yacimientos de Coltán no tiene nada que ver... (modo irónico OFF)
Este pequeño apunte histórico es importante porque, por la mencionada frontera fluvial se traficaba con todo lo traficable, incluyendo armas para los rebeldes. Y ahí tienes a un grupo de mundelés ("blancos" en el idioma local bakongo) paseando por la capital en coche, cámara en mano asomando por la ventana, y yo filmando todo lo que veía (por ejemplo, que al otro lado del río se vieran rascacielos emerger de la selva).
De repente, un grito hace que el conductor se detenga y me dice entre dientes "esconde la cámara" (en Francés, claro). Yo rápidamente me la pongo en el regazo y veo a una persona acercarse al coche por el lado del conductor con un Kalashnikov en la mano y cara de enfado. Se pone a hablar con el conductor (recordad, era sacerdote, precisamente de ese barrio) en bakongo, con lo cual ni yo ni los otros ocupantes del vehículo entendíamos nada, aunque yo era el único de los 3 que había visto el fusil en su mano. No contento con las explicaciones, y cuando la conversación había subido de tono y pasó a ser una discusión, cruzó por delante del coche y vino hacia mi ventana y me conminó a entregarle la cámara. ¿La cámara? Me la habían prestado en España y no estaba dispuesto a entregarla, iba a quedar fatal, dónde vas a parar!!!! Además, tenía la primera cinta casi llena pese a que llevábamos en el país sólo un par de días. No, ni hablar, la cámara es "mía" y no te la doy. Pero, por si acaso, mientras hablaba con él y aprovechando que la altura del coche en el que íbamos le impedía ver más abajo de mi torso, abrí el compartimento de la cinta, busqué en mi mochila a mis pies una cinta nueva que desprecinté y puse en lugar de la ya usada, cerré el compartimento, guardé la cinta usada y seguí intentando convencer a mi interlocutor, que con la poca paciencia que parecía tener ya agotada, cargó el arma y me apuntó directamente a la cabeza...
¿Sabéis lo que siempre se dice de que justo antes de morir toda tu vida pasa por delante en un flash? Pues a mí, lo único que me vino a la cabeza era el titular en "Informe Semanal" con imágenes de mí mismo en el suelo en un charco de sangre, MI sangre: Cooperante muerto en Congo. Qué cosas...
Y yo, que le tengo un apego infinito a la vida humana, empezando por la mía, levanté la cámara, abrí el compartimento de la cinta y se la ofrecí (la cinta, no la cámara, claro). La tomó, gritó algo en su idioma local y nos pudimos marchar...

Epílogo:  Lo que yo no sabía entonces era de la inestabilidad en Zaire y que pasábamos por el barrio que apoyaba a los rebeldes del otro lado, justo donde estaba situado el embarcadero para cruzar el río, ni tampoco que me tomaron (no veían a mis dos compañeros mundelés sentados en la parte de atrás) por un espía del Mossad trabajando para Mobutu Sese Seko, el entonces presidente del país). Pero tampoco sabía que puede uno mantener la sangre fría hasta ese extremo.
Al final me quedé sin protagonizar "Informe Semanal" pero, oigan, ¡¡¡valió la pena!!!